viernes, noviembre 10, 2006

Armando Telletxea

Podríamos decir que Armando Telletxea nació destinado a ser arquitecto. Lo que pasa es que se entretuvo un poco por el camino.
Desde pequeño mostraba un gusto por el diseño y la construcción en aquel rincón de su habitación, donde lo recluía la despiadada niñera que lo cuidaba en ausencia de sus padres, que trabajarían muy duro para pagarle años después sus estudios en la universidad. En aquella jaula construida a base de lo que, para el, eran unos inexpugnables cojines, él pasaba horas jugando con el Lego, y ya entonces reflexionaba sobre la “calidad espacial”, la “lógica constructiva” y la “articulación de los elementos” en sus edificios, mucho antes siquiera de saber que esos términos existían. Él siempre prefirió el Lego al Tente y por supuesto a los Clips de Play Móvil, donde todo venía ya hecho y no había posibilidad de alteración, limitando así la creatividad del individuo.
Su padre solía contar, no con poco orgullo, que el gusto por el dibujo y la pintura de Armando venía de los tiempos en los que él entretenía a su hijo haciendo dibujos mientras su madre lo alimentaba a base de purés que, casi siempre, eran de vainas.
Armando pasó toda su infancia dibujando. Pero como lo aprendido entre cucharada y cucharada de puré le parecía insuficiente decidió ir a la Escuela de Artes y Oficios.
Como se daría cuenta años después, no hay ninguna cosa que relacione el gusto por el dibujo con la arquitectura. Pero lo de arquitecto, que por cierto, era una profesión que desconocía completamente, le parecía la única salida digna a su afición por el dibujo. Ya que, como decía el señor Telletxea, evidentemente no iba a ser pintor, para morirse de hambre.
Se acercaba el momento decisivo, el paso definitivo que lo llevaría por la senda de la escuadra y el cartabón.
Sin embargo ese momento coincidió con una de las peores crisis en la vida de Armando. Como el psicólogo del instituto explicó a su madre: la “edad del pavo” tiene estas cosas. Y es que Armando, inexplicablemente pasó de ser un alumno aplicado a no ser nada, ya que de lo poco que le vieron por las aulas perdió hasta el estatus de estudiante.
Así que tuvo que repetir curso. Ello sirvió para que las aguas volvieran a su cauce y para que un nuevo profesor de filosofía le quitara ciertas ideas malignas de la cabeza y le presentara a Kant. Lo malo es que también le presentó a Nietzsche.
Pero ese año de repetición sobretodo sirvió para que el señor Telletxea, que parece que había perdido la confianza en su hijo, definiera el futuro de su vástago: Armando se iría fuera de la ciudad a estudiar Arquitectura Técnica, que es una escuela para “Luis Mollas” cuando en realidad lo que quieres es ser “Carlos Sainz”. Armando, que tampoco confiaba demasiado en sus posibilidades y sobretodo no quería pasar muchos años estudiando, aceptó.


Continuará...

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